Un assaig de José María Valverde sobre la literatura: què era i què és

José María Valverde va publicar el 1982 en l'editorial Montesinos un llibre breu, d’unes 120 pàgines: La literatura. Qué era y qué es. A hores d’ara deu estar descatalogat, però se’n deuen trobar còpies de segona mà en uniliber. Com us podeu imaginar, Valverde no intenta oferir en aquest llibre una resposta sistemàtica i tancada a la pregunta que planteja el títol, sinó una aproximació assagística a diversos aspectes del fet literari. 

Valverde comença el seu assaig assenyalant que la literatura és «una mala palabra, porque viene de “letra” (littera), para designar algo que durante miles de años no se pudo poner en letras porque no las había, y que incluso hoy podría existir sin verdadera necesidad de la escritura, sólo de viva voz». Una mica més avant, afegeix que «en nuestra civilización moderna, cada vez tomamos más el lenguaje visualmente, como sordos, para mal de la literatura».

Estranyament, Valverde no reconeix que la paraula es va fer literària per mitjà de l'escriptura. Més encara: que la literatura en últim terme es defineix i es constitueix a partir de l’escriptura. En els manuscrits del meu pare que porte entre mans últimament, trobe una nota molt pertinent sobre aquesta qüestió: «l’espai “literari” és l’espai de l’escriptura/lectura. Un espai a explorar, amb camps que no es podien donar en l’espai oral. La història de la literatura és la història d’aquesta exploració, del descobriment i realització de potencialitats latents en l’espai de l’escriptura. L’escriptura com a aventura: això és la literatura. Literatura oral —vegeu-ne la contradicció dels mots— i literatura escrita —vegeu-ne la tautologia—, són dos paradigmes inconmensurables. La mateixa fixació per escrit, per ser llegit, ja és una desviació de l’oral, un desplaçament. La història de la literatura és la història d’aquests progressius desplaçaments de l’escriptura respecte de l’oralitat.» 

Els dos primers capítols del llibre de Valverde porten com a títol La literatura como lenguaje. M’ha interessat molt més el tercer, La literatura como tradición, que es pot llegir com un complement molt valuós de la Historia de la literatura universal que Valverde va escriure amb Martí de Riquer. Valverde parteix de la consideració que «toda literatura ha de ser tradición: ante todo, sólo puede existir porque hay unas formas previas, heredadas, que incitan a producir otras, en parte análogas y en parte diferentes». I precisa que «la tradición, para el escritor, no consiste tanto en un repertorio de ideas, creencias, sentires y “géneros literarios”, cuanto en el “color”, en la fisonomía de esa lengua con que se las arregla (no en el plano gramatical y fonético, que es neutral, sino en el nivel estilístico, en el uso establecido). Las palabras, melodías, ritmos, tonos, giros retóricos y repertorios de imágenes que elegirá si usar o no usar, no se le ofrecen simplemente como algo vigente en su comunidad social, sino, con resonancia desde lejos, como algo vigente entre los demás escritores —de los cuales los contemporáneos son sólo una parte, y no siempre la más importante—».

La tradició literària, doncs, és la manera com a l’escriptor se li apareix la seua llengua, amb determinades ofertes i mancances, amb facilitats i dificultats peculiars, amb models i buits. En alguns casos, hi ha paraules, tons i estils que s’ofereixen amb excessiva obvietat, saturats de determinades connotacions. «Perquè t’ha eixit un vers en una llengua que pensa per tu, et creus ja poeta?», va dir Schiller a no sé qui. En altres ocasions, en canvi, manca un precedent o un registre en les disponibilitats literàries d’una llengua. L’escriptor que el conquista per a la seua literatura ho fa generalment trasplantant-lo des d’una altra. 

Valverde il·lustra aquest punt amb un comentari sobre el paper jugat per Ferrater en la poesia catalana moderna: «la incorporación, lograda por Gabriel Ferrater, de la tradición coloquial de la poesía inglesa, coexistente en él con un peculiar hermetismo, ha podido representar un logro decisivo, acaso por encima del valor intrínseco de cada uno de sus poemas, sobre todo, a efectos del aprovechamiento por parte de los sucesivos poetas catalanes». 

En definitiva, «en la literatura, pues, la tradición es el modo mismo de vida del lenguaje, y no se estructura tanto como un programa cultural o un índice de autores y escuelas a conocer, cuanto como el vasto y borroso fondo que resuena, desde el pasado, en cada escritor y cada obra, ofreciendo o sobreseyendo posibilidades, y dando a la voz el relieve de su conexión con toda la humanidad, a través de su gente». 

 Aquesta concepció de la tradició literària té importants conseqüències a l’hora d’encarar la història de la literatura. El fil cronològic d’autors, obres i moviments pot resultar enganyós o no pertinent: «cabría una desenfadada manera de construir la historia literaria, no según la aparición efectiva de las obras y los autores, sino según cómo fueron constituyendo tradición, es decir, valiendo para que otros escribieran obras a su vez válidas. En tal historia, por ejemplo, el Quijote sería una novela inglesa del siglo XVIII —la mejor novela inglesa de todos los tiempos—, mientras que para la creación literaria española apenas ha existido sino desde Galdós, y aun eso no con el mejor aprovechamiento posible. O bien, Diderot sería sobre todo un romántico alemán, más que un francés del siglo XVIII a quien no se entendió bien en lo poco que publicó en vida».

Valverde es planteja si aquesta concepció de la literatura com a tradició implica que hi ha un progrés literari. Evidentment, no es tracta de dir que el Quixot és millor que l’Odissea i l’Ulisses millor que tots dos. Valverde pensa, però, que es pot parlar de progrés en literatura en el sentit d’acumulació d’experiències. Una altra qüestió, que deixa en l’aire, és si això és un progrés positiu o un perill per a la literatura.

La tercera i última part del llibre porta com a títol La literatura amenazada. Crec que val la pena citar per extens, sense cap comentari, aquest fragment del capítol Educación y literatura: «actualmente, una de las cosas más graves para la literatura es que se la empieza a considerar, principalmente, como “asignatura”, y de una forma especialmente peligrosa. En otro tiempo, se estudiaba a los clásicos —sobre todo, latinos y griegos— como modelos de estilo, y como posible referencia o cita de vieja sabiduría con que ornamentar y “autorizar” el discurso. Por lo visto, no fue hasta el siglo XIX y en Inglaterra cuando se empezó a enseñar literatura moderna, pero todavía como ejemplo de buen uso de la lengua: incluso hoy, en el sistema universitario inglés o norteamericano, un catedrático de literatura es, sin más, Professor of English. Pero esa extensión a la literatura actual ha ido unida a la transformación de lo literario en una suerte de tarea con pretensiones científicas, y, más para todos, en un deber y un riesgo de suspenso. Cuando yo era muchacho, algunos leíamos furtivamente la Celestina —quizá con conciencia de pecado—: hoy día, he oído quejarse a gente joven de tener que leer ese “rollo”. Las novelas eran gran placer, cosa de fiesta y vacación (“novelas, no verlas”, recomendaban a los seminaristas): hoy día son más bien pesada tarea, algo que se supone que una persona de cierto nivel social debería manejar alguna vez —con indiferencia se reciben en ellas las mayores audacias sexuales: por escrito, aun en el supuesto de que realmente se lean, no ponen en marcha la imaginación óptica, atrofiada por los medios audiovisuales, tanto si es en películas “S” como en anuncios de la TV—. Se lee por cumplir, casi siempre, y aun quien lo empezó a hacer por amor, acaba teniendo que dedicar la mayor parte de su lectura a obligación profesional: la misma Virginia Woolf reconocía que, aunque nos guste un libro, nos alegra ir notando cómo disminuye el número de páginas por leer».